Otra vez, una tarde que me encuentra en lo
mismo y el trabajo que no arranca y yo te espero sin parar. No sé ni cómo ni
cuándo, un día creí que ya estaba, que ya no, que ya me sentía libre y
desatado, que vos ya no estabas y que yo no te esperaba más. Y sin embargo las
tardes se repiten, y no me visto y no me peino y me drogo y te espero y miro el teléfono y espero y releo
algún mail que me mandaste alguna vez, porque alguna vez sí me escribiste y
alguna vez pensaste en mí y decidiste que sí, que conmigo sí podías.
Si todavía me acuerdo de esa mirada que
cruzamos hace años en el boliche aquel al que ninguno de los dos pertenecía.
Cómo es mágico el amor que sin saberlo estábamos ahí el uno para el otro. Ese
día en ese lugar vos estabas para mí y yo para vos. Pienso ahora en lo fortuito
de los cruces, en las horas que pasamos sin vernos, recuerdo cómo en realidad
yo perseguía a tu amigo (y qué suerte que estaba con otro, porque te encontré a
vos). La gente pareció abrirse. Se hizo un camino entre vos y yo y esa mirada
que cruzamos, esa mirada cantó
nuestras canciones, y me ví entrando en vos, el ojo tras la lupa, en lo que vos
llevabas sentado ahí en esa barra y
cómo supe que te
estaba pasando lo mismo que veías más allá de mí con esos ojos irrepetibles y
hondos que saben ver como ningunos otros que llenos de cosas chiquitas son el
microscopio de la belleza y que saben llevar esa mirada lista para matar (ahí
vas vos cazador tan simple y tierno vos artista fino vos el tan seductor)
Ciego caminé los pasos. Y ciego te besé en la
boca, te escribí por semanas y esperé que te mudases a mi casa desde Córdoba o
desde quién sabe dónde. Yo te esperé, como ahora te espero sentado igual a vos
en la barra, sentado y fumando, sentado y en pausa. Detenido, atomizado en el
tiempo con mirada de nuca y mil sogas sin cortar. Como vivís vos y como vivo
yo, en pausa y esperando que algo se resuelva, que una imagen divina se nos
presente y nos de un manual, o algo. Un manual de amor tuyo y mío, con reglas,
fórmulas y recetas, una forma tapada de engarzarnos sin hacernos daño, una
manera especial de acumular paciencia y amor, que es paciencia, que es entender
que sos otro y que todo lo que revelaste importa y te define, aunque lo cuentes
al pasar. Porque vivir en pausa es espera infinita, extravío permanente,
suspensión total. Es una trampa de ratas, sequedad de órganos, ausencia
animada, asfixia tensada, escara, úlcera, llaga, herpes. Vivir en pausa es
filtro mental y de emociones, abulia de infierno, amor glacial. Y al final
somos lo mismo, vos y yo somos lo mismo, material descartable, mercadería
dañada, vos y yo a fin de cuentas sí sabemos cómo es.
Como futuro perfecto descubriste mis ojos
asesinos, los que tienen sed de reproche y sangre, los ojos paternales de la
pena, y desde la noche que los cerramos pregunto ¿Qué te habrán hecho mis ojos?
¿qué será que me llevé? ¿por qué me habré quedado con lo hermoso que iba en los
tuyos, qué demonio oscuro habitará los míos para un espanto tan irrevocable?.
Te dejé una mirada sangrienta que me pesa en la cabeza y vacía mi pecho
quirúrgica y denodadamente. Quedé
pegado a la audacia del desprecio, a la soledad invidente del que no sabe dar.
Entonces: vamos a correr en el puente de esa
mirada por siempre, en el puente de esa promesa ciega que no supimos barrer,
que no supimos aquietar, que no aprendí a despreciar. Voy a seguir tus ojos por
siempre porque entiendo a través de ellos y voy a estar en tus ojos porque solo
a mí me miraste así. Voy a llevar el valor de tu mirada como ambición y como
logro, el peso de aquella mirada que prometía abrazos, que prometía respaldo y
corazón. Voy a dejar que los colores vuelvan porque de solo verte aprendí cómo
hay que usar una mirada para dar mi palabra y para hacer presente todo sin
hablar. Sé mirar esperanzado porque fuiste mío, porque algo como eso es tan
posible como cortar el pan o dejar de fumar.
Voy a ir tras esos ojos maestros hasta que
muera y cierre los míos que son tuyos, y aún cuando sea polvo el puente que
construimos entre tu mirada y la mía quedará. Porque lo construido permanece,
porque me diste un espejo, un cimiento y señalaste en dónde empezar. Porque en
tu iris habrá viajado un mundo pobre y duro, en tu cuenca un yo más real.
Porque la mirada que traen tus ojos no se espera, viene sola y golpea sin
avisar. Por todo eso:
Voy a quedarme. Sí.
Voy a quedarme con tus ojos.
Yo voy a
quedarme con tus ojos siempre.